Algo para contar
Soy egresada de la UPR. En mi época, aunque no existían las facilidades arquitectónicas que hay ahora para ayudar a las personas con discapacidad, sí había una gran disponibilidad humana. La gente solía estar más dispuesta a tender una mano, acompañar o buscar soluciones creativas para apoyar a quienes lo necesitaban. Quizás no teníamos rampas o tecnología como hoy, pero el sentido de comunidad era fuerte. La solidaridad se manifestaba en gestos cotidianos: desde cargar una silla de ruedas entre varios hasta acompañar a alguien con paciencia. Eso no se ha perdido, pero era la única herramienta que teníamos. Tuve el privilegio de tener compañeros, ciegos o parcialmente ciegos, sordos, en silla de ruedas, con hemofilia, desordenes cognitivos... Hoy me alegra que la accesibilidad sea un derecho, pero valoro que, incluso sin ella, el corazón humano suplía muchas carencias. No quiero idealizar el pasado: sin acceso a edificios o transporte adaptado, muchas personas con discapacidad sufrían...